Yo soy ardiente, yo soy morena,
Yo soy el símbolo de la pasión,
De ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
No es a ti, no.
Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
Puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
No, no es a ti.
Yo soy un sueño, un imposible,
Vano fantasma de niebla y luz;
Soy incorpórea, soy intangible.
No puedo amarte.
¡Oh ven, ven tú!
Sabe, si alguna vez tus labios rojos
Quema invisible atmósfera abrasada,
Que el alma que hablar puede con los ojos,
También puede besar con la mirada.
—¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
En mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
Yo soy el rayo, la dulce brisa,
Lágrima ardiente, fresca sonrisa,
Flor peregrina, rama tronchada;
Yo soy quien vibra, flecha acerada.
Hay en mi esencia como en las flores
De mil perfumes suaves vapores,
Y su fragancia fascinadora,
Trastorna el alma de quien adora.
Yo mis aromas doquier prodigo
Ya el más horrible dolor mitigo,
Y en grato, dulce, tierno delirio,
Cambio el más duro cruel martirio.
¡Ah! Yo encadeno los corazones,
Más son de flores los eslabones.
Navego por los mares,
Voy por el viento
Alejo los pesares
Del pensamiento.
Yo en dicha o pena,
Reparto a los mortales
Con faz serena.
Poder terrible que en mis antojos
Brota sonrisas o brota enojos;
Poder que abrasa un alma helada
Si airado vibro flecha acerada.
Doy las dulces sonrisas
A las hermosas;
Coloro sus mejillas
De nieve y rosas;
Humedezco sus labios
Y sus miradas,
Hago prometer dichas
No imaginadas.
Yo hago amable el reposo
Grato, halagüeño,
O alejo de los seres
El dulce sueño,
Todo a mi poderío
Rinde homenaje;
Todo a mi corona
Da vasallaje.
Soy el amor rey del mundo,
Niña tirana
Ámame, y tú la reina
Serás mañana.
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